11 de Marzo de 2009
Nunca guardo, nunca guardé, flores que me regalan, pero ésta sí (Ikebana: el camino de las flores). Me la dieron el domingo pasado y está a punto de secarse y de ingresar a las páginas de un libro.
En el arte del Feng Shui una premisa reza que no debemos adornar los espacios de la casa con flores, ya que están muertas y nada debe recordarnos la muerte en el sagrado ámbito del hogar -en mi juventud escribí un poema en donde comparaba unas florecitas con cabezas de niñas (El superaprendizaje)
Pero discrepo con lo de sagrado; discrepo con la premisa de olvidar a la muerte: si la tuviéramos más presente, les pondríamos a todas las cosas su justo precio.
No obstante, como dije, jamás guardó flores no sé por cuál de mis instintos; no atesoro esos “monumentos de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada” (Ciudades y tesoros perdidos).
Pero a esta rosa la guardé.
No me la dio ningún enamorado, ninguna amiga, ningún hijo (Trilogía del amor: el amor, el odio, los celos); me la entregaron en la calle y casi no recuerdo el rostro del que me la ofreció.
Y es más, en realidad la tengo no para recordar (La memoria) sino para no olvidar que debo decir o pensar dos o tres cosas en contra de esa flor -para develar la incógnita, me regalaron esta rosa en la calle, por el pomposo Día Internacional de la Mujer.
Y yo me opongo a la proliferación de “días de…”, y en especial de éste.
El día de la mujer y otra cuestión sagrada
Creo que la mujer no necesita “día”. Como de cualquier persona, de ella son los 365 del año, y alguno que otro más. ¡Que me cuelguen si no es discriminatorio el día!
Aunque tanto día, tanta mujer y tanta rosa despertaron en mí asociaciones.
La rosa de la que hablé es roja, pura pasión (El gen homicida y atavismos que matan).
Pensé en la mujer discriminada y en sus pasiones absolutas (La discriminación).
Pensé en las mujeres escritoras, y de entre ellas elegí a las más extremas: las antiguas mujeres cuyo tema de escritura era el erotismo.
Las admiro honestamente; debieron enfrentar muchas batallas y dejaron caer muchas máscaras.
Fueron sinceras hasta la locura; entre mil casos de éstos menciono uno: el de la uruguaya Delmira Agustini (La descripción: huérfana literaria).
Bastante poco se la recuerda hoy a Delmira, aunque su historia es fascinante vista en perspectiva, además de la gloria de su poesía llena de órganos y besos y metáforas eficaces.
Delmira vivió hasta los 28 años, si no recuerdo mal, y fue alabada por todos los poetas de su tiempo -Darío la idolatraba- y murió asesinada en un cuarto de hotel en Montevideo -búsquenla en Internet, les prometo emociones.
Las iluminadoras de la sexualidad femenina
Este subtítulo se lo robé a Alexandrian, quien dice en su Historia de la Literatura que “la falta de testimonios acerca de la sexualidad femenina incitó a los hombres a fabricarlos. La superchería de más éxito fue Memorias de una Cantante Alemana, cuya primera parte vio la luz en 1868, ocho años después de la muerte de la cantante Wilhelmine Schroeder Devrient, que había desatado la crónica escandalosa por sus relaciones con hombres y mujeres; la segunda parte fue publicada en 1875. El autor de esas ‘memorias’ fue el propio editor, August Linz. La traduccion francesa debida a Blaise Cendrars estaba ilustrada con un retrato de Wilhelmine, estafa que no se permitió en la edicion alemana…”.
Yo tengo la teoría, en contra de Alexandrian, de que desde mucho antes hubo testimonios de la sexualidad y en especial de la sensualidad redactados por mujeres auténticas. El Libro de la Almohada, de Sei Shonagon, por ejemplo, en los albores de la narrativa japonesa, es uno de ellos.
Pero el citado autor -Alexandrian, digo- continúa con que “La primera novelista original de la literatura erótica fue la marquesa Mannoury d’Ectot. En tiempos del Segundo Imperio en Francia vivió en una casa de campo cerca de Argentan, donde recibía a poetas y artistas. En tiempos de la III República, viuda y arruinada por gigolós sucesivos, abrió una agencia matrimonial y escribió tres novelas en las que expone las depravaciones de las grandes damas. Las Memorias Secretas de un Sastre de Damas (1880) fueron escritas dice ella misma según historias de salones y cervecerías. Por la boca de un sastre narra allí veintiséis anécdotas picantes, y revela a una marquesa que merece el mote de Marranilla y a una baronesa que tiene siete amantes y casa a sus hijas con tres de ellos”.
Indudablemente Alexandrian, además de eximio escritor surrealista y crítico literario, es “hombre”.
Envío
Les pido disculpas por la brevedad, amigos y amigas míos: estoy pasando unos días algo frenéticos. Vine a Santa Fe, “mi país”; visité, acompañé y estuve con mis hermanos y mi madre, que tiene 87 años. Rememoré melancólicamente mi infancia y juventud y hasta recorrí la casa donde transcurrí mi primera década de vida; es inútil contarles, porque ya lo imaginan, que cada escalón, cada baldosa de la casa me hablaban.
Les pido que opinen sobre “mi” rosa del día de la mujer, sobre literatura erótica masculina o femenina, o que me cuenten historias de “haber vuelto”… a un lugar encantado cuya puerta está cerrada para siempre. Besos
Mora Torres
1 comentario:
Creo que las aportaciones en este género, erotismo, tiene valiosas diferecnias que reflejan un patrón cultural y de concepción de la sexualidad entre hombres y mujeres.
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