por Marta-Cecilia Betancur G.
La filosofía y la literatura son dos formas distintas del pensamiento, dos formas de realización de la cultura y dos formas de llevar a cabo las interpretaciones y las reflexiones del hombre sobre el mundo, la sociedad, la naturaleza humana y el conocimiento. Esas dos formas de pensamiento tienen rasgos en común y diferencias. Decir que son dos juegos de lenguaje distintos significa afirmar que son diferentes los problemas que plantean, la manera en que los formulan, la forma como resuelven o argumentan las respuestas, el lenguaje que utilizan y el contexto en que se desenvuelven. No obstante las diferencias entre ellos hay parentescos.
Formulación de preguntas
Los problemas de la filosofía son teóricos, abstractos y de naturaleza muy general; son problemas de tipo conceptual; se formulan cuando se presenta un enredo o un desorden teórico para el que aún no tenemos respuestas claras y explicaciones sólidas; cuando se encuentra contradicción entre diversas respuestas, entre nuestro conocimiento y los hechos o entre diversos niveles de conocimiento. Un problema filosófico supone una perplejidad, un no saber qué camino coger. Sinembargo, aunque esos problemas son conceptuales y teóricos se refieren en últimas al mundo, a la sociedad, al hombre o al conocimiento de ellos. Así las cosas, las actividades más importantes de la filosofía son: formular preguntas, analizar conceptos y llevar a cabo la crítica de teorías y de verdades del sentido común que se han aceptado sin ser sometidas a la reflexión; esta disciplina está en la capacidad de someter a crítica conceptos y teorías que habíamos dado por sentados, o asumido sin sospecha y sin discusión; la filosofía supone la actitud de “no tragar entero”. Ahora bien, ella pregunta, discute y crítica en el marco de nuevas teorías que se propone como nuevas formas de interpretar los problemas en cuestión. Por su parte, los problemas de la literatura, y que podemos descomponer en dos grandes campos, el de la narración de ficción y el de la poesía, atañen más propiamente a la existencia humana, al ser del hombre. Ella toca problemas semejantes y diferentes a los filosóficos, pero los presenta en la manera en que afectan al ser del hombre, como vivencias humanas. La literatura y la filosofía se han planteado los problemas de la discriminación racial, de la injusticia social, de la censura a ideas distintas, de la eutanasia, de la identidad humana. La filosofía formula de manera racional y argumentada el problema; analizando los fundamentos de donde surgen, examinando los argumentos desde los cuales se han pensado y dando nuevas razones teóricas para responderlos. La literatura los plantea mostrando la forma como ellos afectan la vida humana, como inciden en el obrar y el padecer del hombre y como se experimentan en la vida. Lo interesante en los dos campos, el de la filosofía y el de la literatura es que tienen cierto arraigo común, en cuanto la conciencia del problema produce curiosidad, insatisfacción y sorpresa, actitudes humanas necesarias y propicias para realizar los esfuerzos de la imaginación, la razón y la voluntad para buscar salidas. En este sentido tanto la filosofía como la literatura se arraigan en la actitud propia del ser humano de cuestionarse y hacerse preguntas.Respuestas de la filosofíaSi tenemos en cuenta que un campo del saber y de la cultura se conforma a través de un juego de lenguaje específico que lo va constituyendo, la filosofía y la literatura son hoy lo que se ha ido haciendo de ellas a través del juego de lenguaje respectivo, pues los dos juegos de lenguaje son distintos. El juego de lenguaje de la filosofía es fundamentalmente racional, teórico y argumentativo. La filosofía busca respuestas sólidas y consistentes; propone teorías sistemáticas y organizadas con argumentos racionales adecuados para dar respuesta a los problemas. Y como éstos son abstractos, generales, conceptuales y teóricos, se formulan y se exponen de manera racional mediante la proposición de argumentos sólidos. Por tanto, el lenguaje de la filosofía es racional y argumentativo. Y la forma como se argumentan los problemas y se resuelven está ligada a las diversas formas de teorizar y de argumentar en los distintos sistemas filosóficos.La filosofía nace de las preocupaciones del hombre por responder grandes interrogantes que le inquietan, como los siguientes: ¿Qué es el mundo? ¿Cómo está constituido? ¿Qué es el hombre? ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es la muerte? ¿Es el hombre inmortal? ¿En qué sentido lo es? ¿Qué significa conocer? La filosofía nace de la necesidad del hombre de hacerse preguntas radicales y de dar respuesta a ellas. Y de la insatisfacción frente a la forma en que se han planteado las preguntas y a las respuestas dadas. La historia de la filosofía es la historia del esfuerzo de grandes pensadores por proponer sistemas o marcos teóricos a partir de los cuales justificar las preguntas, proponer respuestas y argumentarlas de manera rigurosa. De una época a otra han cambiado los paradigmas o modelos filosóficos a partir de los cuales se plantean las preguntas y se argumentan las respuestas.Para comprender mejor la diferencia entre las formas de pensar de la filosofía y la literatura, partamos, de un ejemplo. El problema del tiempo que ha sido un gran enigma para el hombre y por supuesto para la filosofía. Así que pensémoslo primero desde allí. Pero ¿por qué el problema del tiempo es un enigma? Porque a pesar de ser algo vinculado a la vida humana, pues no hay nada que hagamos que no se dé en un tiempo y todo lo que hacemos lo hacemos contando con él, éste no se deja fijar ni se deja asir para comprenderlo.Aristóteles, San Agustín y Kant, para citar algunos ejemplos, ofrecieron una salida argumentada y razonada a las preguntas sobre el tiempo. Aristóteles se apoya en su sistema de la física para intentar demostrar que éste existe en el mundo, que somos nosotros y las cosas quienes nos hallamos inscritos en él; elabora una serie de argumentos, para demostrar que el tiempo está ligado al movimiento de los seres, por lo cual está en el mundo; el tiempo se da en relación con el desplazamiento de lugar, con el cambio y los procesos que sufren los seres; además lo relaciona con la magnitud, lo cual significa que se puede medir, en cuanto es el lapso que tarda un cuerpo en desplazarse de un lugar a otro, una planta en crecer o un ser humano en envejecer.Ahora bien, Aristóteles propuso la salida a una parte del problema, al tiempo del mundo, que tiene diferencias con la forma como el hombre vive y siente la experiencia del tiempo. Desde esta óptica el asunto ha sido analizado por Agustín quien inicia por la pregunta misma sobre el ser del tiempo. Leámoslo: “¿Pero qué es el tiempo? -pregunta el filósofo- ¿Quién podrá fácil y brevemente explicarlo? ¿Quién puede formar idea clara del tiempo para explicarlo después con palabras? Por otra parte ¿qué cosa más familiar y manida en nuestras conversaciones que el tiempo? Entendemos muy bien lo que significa esta palabra cuando la empleamos nosotros y también cuando la oímos pronunciar a otros. ¿Qué es pues el tiempo? Sé bien lo que es, si no se me pregunta; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”.1Son genuinas preguntas filosóficas las que hace Agustín. Podemos hablar del tiempo, y lo hacemos continuamente. Podemos decir “ayer fui a cine” o “estoy corto de tiempo” etc. Sinembargo, cuando nos preguntan ¿qué es? no sabemos responder. Es un conocimiento que asumimos en el día a día pero que no sabemos explicar. Algo que es obvio y natural para nosotros en nuestra vida cotidiana no sabemos explicarlo. Contamos con el tiempo, lo programamos, pero no sabemos decir qué es. Agustín añade otras reflexiones más: sabemos que las cosas pasan y pensamos por tanto que hay un tiempo pasado; y esperamos que otras cosas sucedan en el mañana; de modo que existen el presente y el futuro. “Pero – se pregunta- de esos dos tiempos, pasado y futuro, ¿cómo pueden existir si el pasado ya no es y el futuro no existe todavía?” (&14 p. 27).La pregunta de Agustín es completamente pertinente y podemos hacérnosla aquí nosotros. Si partimos del “ahora” en que estamos ¿en qué sentido podemos afirmar que existen el pasado y el futuro si el pasado ya se fue y el futuro aún no es? El presente mismo se nos va y deja de “ser”, cuando terminamos de decir “ya” éste ya no es; el presente que es el único tiempo que podríamos decir que existe, es fugaz, se nos va. Agustín aún se hace otra pregunta: pero decimos del tiempo que es largo o corto, sinembargo, si éste no existe, ¿cómo es que lo podemos medir? El filósofo resuelve todos estos cuestionamientos argumentando que el tiempo está en el alma, que es subjetivo. Que es el ser humano quien tiene en el alma un triple presente, un presente distendido (extendido), presente en el cual trae un pasado como recuerdo y proyecta un fututo. Agustín lleva a cabo una argumentación rigurosa para mostrar la forma en que el hombre vive la experiencia del tiempo. Ya no analiza la forma como éste se relaciona con las cosas sino como el hombre lo experimenta; lo analiza como algo vivencial, subjetivo y originado en el alma. Por su parte, Paul Ricoeur ha demostrado que la sociabilidad ha sido un aspecto determinante en la constitución del tiempo y ha sido un motor de su medición, en cuanto busca la unificación de momentos de encuentro entre los hombres, tal como se observa en los días sagrados que existen en todas las culturas, en la datación de los calendarios, en las horas de funcionamiento de las instituciones y en los días y momentos del encuentro con los amigos, etc. El ordenamiento del tiempo es una necesidad social. Y la filosofía ha llamado la atención sobre ello y ha buscado la manera de explicarlo de manera argumentada y racional. Como se puede observar, hay distintos criterios para abordar el tiempo, hay distintas formas de pensarlo, las cuales no son excluyentes, por lo que hay gran dificultad para hablar de “un solo tiempo”; hay distintos tiempos; por lo menos hay diferencia entre el tiempo de la cosmología, el tiempo de los relojes y el tiempo interior del hombre, según como lo afecta en la vida. Las diversas culturas tienen formas distintas de pensar, de sentir y de vivir en el tiempo. Entonces conviene tener en cuenta un tiempo natural, un tiempo social y un tiempo individual.El tiempo en la literaturaA diferencia de la filosofía la literatura no propone teorías sistemáticas y organizadas, ni argumentos racionales, ni respuestas argumentadas. Es más, la literatura no ofrece respuestas, más bien presenta los problemas en toda su dimensión existencial. Ofrece conjeturas y reflexiones para interpretar y pensar esos problemas de la vida humana; y los presenta ligados a la acción y la pasión del hombre, en la forma en que los experimenta y los sufre.Mientras el juego de lenguaje de la filosofía es racional y argumentativo, el de la literatura es un lenguaje de la ficción, de creación de metáforas y narraciones para presentar los problemas del hombre. La literatura opera de manera distinta, mostrando los problemas, exhibiéndolos, poniéndolos en evidencia, a través de una ficción, para llevar al hombre a pensar en ellos. Los presenta en la misma existencia humana, tal como se dan en ella; a través del juego de la ficción, nos propone personajes que son semejantes a nosotros, que realizan acciones como nosotros y a través de ellos, nos lleva a pensar. El juego de lenguaje de la literatura es la analogía: propone figuras narrativas o metafóricas semejantes a la realidad de la vida humana y de esa manera nos confronta. Ricoeur, que apoyó parte de sus investigaciones filosóficas en la reflexión sobre la literatura, demostró que ella funciona de manera semejante a como funciona el teatro y a como funcionaba la tragedia griega: exhibiendo los problemas y los conflictos de la vida humana frente a un público, como representación teatral, exteriorizándolos, volviéndolos objetivos y públicos en el escenario, y estableciendo una relación con el espectador que observa la obra, la interpreta y hace catarsis; comprende el problema y se conmueve por él. De manera muy semejante operan la poesía y la narración: exhiben los problemas, los ponen al frente, de modo que nosotros, los lectores, los captemos, los comprendamos y nos enfrentemos a ellos. Con esta forma de operar la literatura ha hechos grandes aportes a la cultura; ha puesto en discusión ideologías y prácticas humanas controvertibles. Así como existe una tradición filosófica que ha ido construyendo teorías, sistemas y métodos para abordar los problemas, mediante la construcción racional, existe una tradición en la literatura que ha ido estructurando unas formas poéticas y narrativas para enfocar los problemas. La poesía y la narración, a través de la ficción, y en su desarrollo ofrecen recursos para tener acceso a conflictos íntimos y profundos del hombre; por ejemplo, la autorreflexión por el monólogo interior permite indagaciones muy detalladas acerca de preguntas e inquietudes de la vida; las diversas clases de narrador en el cuento y la novela han sido un recurso invaluable para tener diversos tipos de acceso a esos conflictos; y el narrador polifónico, es decir que no se casa con un solo punto de vista, presenta varias propuestas de voces y de interpretaciones para que el lector las examine y asuma puntos de vista personales. La narración contemporánea es muy propensa a exigir ese trabajo del lector de participar en la obra y contribuir a analizar los problemas. El mismo problema del “tiempo” que hemos considerado en la filosofía, lo podemos ver planteado por la literatura. Ella se lo plantea en su dimensión existencial y a través de la imaginación y la ficción, que implican la exploración y el ejercicio con mayor fuerza, ya no de la razón, de la que no se prescinde, sino de la imaginación y la afectividad. Y esto permite hacer nuevas aproximaciones a los problemas, que la literatura más que resolver deja planteados, abiertos, para invitar a la reflexión.Numerosas son las obras literarias que se han planteado el problema del tiempo, pero en esta ocasión vale la pena apoyarse en las reflexiones que sobre ese aspecto esencial del hombre ha planteado el escritor checoslovaco Milán Kundera en su obra La insoportable levedad del ser. El problema que se plantea el escritor a través de la figura del narrador es la siguiente: ¿es el tiempo cíclico y repetitivo o por el contrario es pasajero y continua fluidez? ¿Vuelven los acontecimientos del mundo y de la vida a repetirse sin cesar en un círculo sin fin o todo pasa y fluye por una única vez, sin que vuelvan a repetirse? Acudiendo al mito del eterno retorno que había sido formulado en la filosofía por Nietzsche pero que ha sido expuesto de diversas maneras por las distintas culturas, Kundera lo narra de la siguiente manera “la idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos:¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir este mito demencial?”.A decir verdad ésta es una pregunta que nos hemos realizado todos por lo menos una vez en la vida y se expresa en enunciados de la vida cotidiana, como los siguientes: “tengo la sensación de que este instante ya lo había vivido”, “cuando llegué a ese lugar sentí que ya había estado allí” o ¿“será que ya había vivido esto en otra vida?”. En la obra, Kundera responde la pregunta por el significado del mito a través de las metáforas de la pesadez y la levedad, término este último que explica el significado del nombre de la novela: “El mito del eterno retorno viene a decir por negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan”.El significado del mito está en la exploración del hecho de que para el ser humano las cosas que tienen valor, que tienen peso y que son trascendentales son aquellas que se repiten, que vuelven a ser y que no pasan como sombras. Sinembargo, el autor a través de la obra muestra cuatro aspectos de la condición humana ligados con el problema: Primero, que la vida deambula siempre entre el peso y la levedad, vivimos entre las dos vivencias. Somos vida dual, de peso y levedad; segundo, examina las inconveniencias que traerían para el ser humano una vida de puro eterno retorno; una vida en la que todo se repitiera siempre, en la que todo fuera peso. Tercero, muestra que la cultura privilegia el peso frente a la levedad, porque lo asume como el valor positivo y sugiere que esto no tendría que ser así, que podría considerarse la levedad como el valor positivo; de hecho la obra resalta el valor de la levedad frente al peso. Y cuarto, indaga sobre el origen de la inclinación al eterno retorno. Los dos personajes centrales de la obra simbolizan la dualidad humana de vivir entre la pesadez y la levedad. En Tomás prima la levedad del ser, pues su encuentro con las mujeres es siempre pasajero, él goza de una relación estética y sexual con ellas, sin atadura alguna. Aún así, esas relaciones no carecen de valor, forman parte esencial de su vida, en cuanto le ayudan a ser feliz. Aunque ama a Teresa, ella representa un peso para él. Ella es la relación del eterno retorno, la que no le deja ser feliz, es la relación trascendente, la que lo ata. Otro aspecto de la novela representa también para la figura de Tomás el eterno retorno, lo permanente, la pesadez o la trascendentalidad. Se trata de su amor y su vocación por la cirugía. Teresa personifica el peso y la trascendentalidad. La personificación del peso por parte de Teresa lo lleva a cabo el narrador a través de alusión a la última frase “del último cuarteto” de una sinfonía de Beethoven, que hacía referencia a las ideas de Es muss sein!: ¡tiene que ser!; y Der Schwer geffaste Enschliss: “Una decisión de peso”. El autor plantea que en la vida de la pesadez hay tres conceptos relacionados como son “el peso”, “la necesidad” y “el valor”; aquello que supone una necesidad para nosotros, un tener que ser, se convierte en un peso y una carga. Nos pesa, se nos hace difícil. Es aquello con lo cual tenemos que cargar. Mientras que lo liviano, lo pasajero, es lo que vivimos de manera menos trascendental, menos seria, más humana. Los seres humanos vivimos implicados tanto en la pesadez como en la liviandad. Pero tendemos a una o a la otra.La obra propone dos fuentes importantes del peso: los impulsos, vocaciones o intereses interiores y la fuerza exterior del destino y la sociedad. Nacimos en un mundo que no elegimos, en una sociedad y un momento histórico que no decidimos. Fue el destino que nos tocó vivir. Y la sociedad nos impone unas normas y unas formas de vida que no podemos escoger. Nos toca vivir en ellas. Y a esto le agregamos el destino y el tener que ser a que nos conduce nuestra propia forma interior, nuestras propias vocaciones. Y buena parte de la tarea de la vida es aprender a jugar entre la carga y el peso del destino y las levedades de lo cotidiano, de lo pasajero, de aquello que fluye en el acontecer diario y que no debe convertirse en una carga para la vida, de modo que nos ayude a llevar el peso de aquello que se vuelve necesario y trascendental. Finalmente, la novela revela el origen de la idea humana del eterno retorno. Es la idea del hombre sobre el paraíso, la vida eterna, tranquila, sin conflictos, sin cambios fuertes. El paraíso es simbolizado por el idilio, que es el amor generoso, sereno, que no exige nada a cambio, que no ejerce fuerza o presión, que no espera que se haga del otro lo que queramos que sea. En palabras de Kundera: “Nosotros que hemos sido educados en la mitología del Antiguo Testamento, podríamos decir que un idilio es la imagen que nos ha quedado como recuerdo del paraíso: la vida en el paraíso no semejaba una carrera en línea recta que nos conduce a lo desconocido, no era una aventura. Se movía en círculo entre cosas conocidas. Su uniformidad no era un aburrimiento, sino un motivo de felicidad. Mientras el hombre vivió en el campo, en la naturaleza, rodeado de animales domésticos, en el regazo de las épocas del año, de su repetición, quedaba aún dentro de él al menos un reflejo de ese idilio paradisíaco”.Pero el hombre ha sido arrojado del paraíso, ha sido llevado a vivir en la vida de cambios, de constante fluir, de sorpresas y de aventuras. Y ser arrojado del paraíso significa, tener conciencia de sí, contemplarse al espejo, reconocer su propia imagen, reconocerse a sí mismo, como Teresa, que “cuando niña, se ponía ante el espejo y trataba de ver su alma a través de su cuerpo”. En el paraíso el hombre aún no era un hombre, vivía en el eterno retorno y no tenía conciencia de sí, no tenía conciencia del continuo fluir de la vida, de que es cambio, frustraciones, pérdidas, envejecimiento, aventura y muerte. La inclinación al eterno retorno es la búsqueda del hombre por encontrar el paraíso perdido, aquél del que un día ha sido expulsado como conciencia de sí, conciencia que lo ha llevado a entender y a vivir la vida como puro fluir. Sin embargo el anhelo de eternidad o la nostalgia del paraíso le impiden aceptar que esta es su vida, que esta es su realidad, lo cual remedia mediante la búsqueda terrena de lo trascendente, de lo permanente, de la pesantez, del eterno retorno. He aquí el gran conflicto temporal del hombre. Encuentro de caminosSi bien los dos campos del saber -el de la filosofía y el de la literatura- tienen diferencias, también hay entre ellos encuentros y cercanías; un campo del saber apoya el otro; lo alimenta. La filosofía se ha apoyado en los recursos de la narración y de la poesía para poner a prueba sus teorías y para desarrollar los argumentos. Y la literatura parte de los problemas de la vida y, en ocasiones, de problemas filosóficos, que explora de una manera distinta y muestra la forma en que ellos se presentan en la existencia humana. El problema del presente y de la fluidez del ahora lo había formulado Agustín. Y el problema del eterno retorno lo planteó Nietzsche. Pero Milán Kundera a través de la narración lo explora y lo analiza. Lo despliega en todo su valor existencial. No propone argumentos racionales para que lo comprendamos sino que nos lo presenta en la forma como nos afecta en la vida. La literatura lleva los problemas filosóficos a su raíz, al lugar donde nacen: el de la vida.
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